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Mostrando las entradas de 2017

Amores sumergidos

En casi todos los países del mundo existe la economía sumergida. Esa que no existe en los papeles, que no cuenta en las estadísticas, que no recibe premios, que no tiene ayudas, esa que la impulsan, en general, los que menos tienen, los que más necesitan. Y también los que evaden, los que mienten, los que trampean. Esa economía de la que nadie quiere hablar, pero ahí esta, alimentando familias, haciendo estudiar a los chicos, comprando zapatos, activando otros engranajes que sin ese movimiento fantasma, silencioso, pendenciero, tampoco funcionaría. La economía legal, la de las cuentas claras y los números al día, se horroriza de la economía sumergida, la critica, la denosta, pero a veces, algunos de ellos, la utilizan, la buscan, la quieren. Con un poco de vergüenza, mirando para otro lado, pero en algún punto doblan la rodilla. Y entonces, me vino a la cabeza la comparación con el amor sumergido. Ese que no cuenta, que no sale en las fotos, que no se publican en Face o Instagram ...

Cartas

“Si dejo de creer en tus brazos voy a caer”, le dijo. Pero él no le entendió. “Si dejas de contarme verdades, moriré”, le volvió a decir. Pero esta vez él no la escuchó. “Si te vas, me atas para siempre al destino errante de mi vida”, le suplicó. Pero él ya no estaba cerca. En las tibias tardes, de los grises días, se quedaba así, sentada, mirando pasar la gente, pero sin verla y susurrando algo en un murmullo triste y desentonado. Sus manos flacas y huesudas agitaban el aire, buscando algo donde sujetarse. A veces, dejaba de perseguir la brisa y metía sus manos flacas como ramas dentro de su bolso verde. Con un ruido suave de hojas arrugadas, buscaba entre los pliegues del viejo bolso. Y a veces, casi con la cabeza dentro, sacaba un manojo de papeles amarillentos, con diminutas frases escritas en ambas caras. La tinta iba desapareciendo con el correr de los años y entonces ella se aferraba con un abrazo apasionado a las pequeñas letras que le habían retratado. Con cada abra...

Criaturas

La mirada cómplice, robada de vez en cuando, la provocación directa de la piel mansa, el roce prohibido de los cuerpos amantes, el beso, los labios, los latidos, alertas siempre estaban mis sentidos. Amante criatura salvaje me dejaste ser, hicimos de las tardes,  ardientes refugios,  de las noches, desesperadas horas ansiosas. Tu red atrapó mi cuerpo, tus lazos provocadores acariciaron mi espalda. Necesidad inquieta teníamos a cada instante, juegos de entrega y pasiones despiertas, a veces dormíamos, antes del beso, antes de que los cuerpos se volvieran y se buscaran, otra vez,  incansables. Criatura salvaje ansío ahora volver a encontrarte. Cazador furtivo, tus redes ya no me buscan, me queda en el cuerpo la huella de tu hombría, en la piel el olor y el recuerdo de tu ser, Tus lazos provocadores, aún hoy,  me castigan.

No eras vos

La tarde estaba presente, en esa hora que algunos gustan llamar "la tardecita". La tardecita esta tenía un cielo azul, ni claro ni oscuro, un cielo azul perfecto. Ese que uno gusta mirar tumbado de espaldas en el césped. Tenía, además, un sol cálido, arropado en el horizonte del ocaso, ese sol que uno gusta disfrutar sentado en un banco de una plaza cualquiera, el que despierta a la piel acariciándola suavemente. No había mucho ruido en la calle, parecía como si los autos y las motos hubieran firmado un pacto de no agresión con nosotros, los lentos transeúntes. La tardecita estaba para vivirla, para olerla, para mirarla, para sentirla. Caminando había pasado por una cuadra que tenía dos bares con las puertas abiertas, no uno, sino dos. Eran de esos típicos bares de madera vieja, de sillas marcadas y mesas enclenques.  Estaban ahí, haciendo café, moliendo granos, impregnando el aire fresco de mi tardecita con ese aroma a café recién hecho. El que me evoca la mañana, la tarde,...