Mirar por la ventana
Antes, no hace tanto, la cosas se descubrían mirando por la ventana. No importaba qué tipo de ventana fuera o dónde estaba o si tenía los vidrios sucios o limpios. Las ventanas eran la posibilidad de extender más allá de uno mismo las vivencias cotidianas. Eran una herramienta que usaba la curiosidad, te ayudaba a meterte un poquito en la vida del otro, en tomar tiempos a las bicicletas que pasaban, en espiar a los pajaritos, te ayudaba a irte, a volver y tantas otras cosas.
Antes, dependiendo de la edad, uno usaba la ventana para fines diversos.
Antes, dependiendo de la edad, uno usaba la ventana para fines diversos.
Durante la infancia la ventana te dejaba ver si los amigos vecinos ya estaban jugando en la calle, si las gotas de lluvia hacían globitos, si llegaban las visitas, si había pasado la hora de la siesta, la ventana, te dejaba dibujar formas con el vaho del aliento en el vidrio, era además, un blanco fácil para las piedritas que de vez en cuando tirábamos, casi provocando el castigo. Era nuestra aliada.
Después, con la adolescencia, la ventana te ayudaba a evadirte de tu casa, de tus pensamientos, te dejaba llorar sin que te vieran tus padres, te permitía imaginar un mundo diferente afuera de tu casa, te dejaba imaginar cómo sería tu propia ventana cuando fueras adulto.
Y cuando ya fuimos padres, cuando nuestros hijos jugaban ausentes, las ventanas, eran nuestras aliadas, para proyectarnos sin sombra sobre sus cuerpitos, sobre sus ideas, sobre sus caras de sorpresa. Las ventanas para los padres eran auténticas atalayas de control. Cuando los niños eran pequeños para cuidarlos, cuando era adolescentes para controlarlos y cuando eran adultos para despedirlos. Siempre la ventana.
En estos tiempos que corren he notado con cierta tristeza que la ventana está en desuso. Paseando por la ciudad no he vuelto a ver ojitos ávidos o traviesos dibujados atrás de un vidrio, ni marcas de manos sucias, ni narices retratadas. Nada de niños en las ventanas. Sí he visto perros sentados ocupando sus lugares. Perros solos, tristones, mirando para afuera.
Ahora los niños, los adolescentes y tristemente algunos adultos tienen algo en común. Una única ventana hacia un universo lejano, sin veranos, sin lluvia, sin vaho, donde no se puede uno imaginar las cosas, porque las cosas simplemente están ahí, pasan. Las ventanas rectangulares de los teléfonos móviles han sustituido a las ventanas de los coches. Antes uno miraba el paisaje, ahora lo usa como fondo de pantalla. Antes uno buscaba a los amigos con piedritas en los vidrios. Ahora usa el chat para jugar con otros, de otras comunidades, grupos, tribus, qué se yo.
En estos tiempos que corren he notado con cierta tristeza que la ventana está en desuso. Paseando por la ciudad no he vuelto a ver ojitos ávidos o traviesos dibujados atrás de un vidrio, ni marcas de manos sucias, ni narices retratadas. Nada de niños en las ventanas. Sí he visto perros sentados ocupando sus lugares. Perros solos, tristones, mirando para afuera.
Ahora los niños, los adolescentes y tristemente algunos adultos tienen algo en común. Una única ventana hacia un universo lejano, sin veranos, sin lluvia, sin vaho, donde no se puede uno imaginar las cosas, porque las cosas simplemente están ahí, pasan. Las ventanas rectangulares de los teléfonos móviles han sustituido a las ventanas de los coches. Antes uno miraba el paisaje, ahora lo usa como fondo de pantalla. Antes uno buscaba a los amigos con piedritas en los vidrios. Ahora usa el chat para jugar con otros, de otras comunidades, grupos, tribus, qué se yo.
Las ventanas virtuales te dejan espiar vidas ajenas que no tienen importancia, mientras en el patio de tu casa, o en tu vereda pasan cosas reales, que las miran desde otras ventanas.
Es sencillo cerrarlas, pero tienen una extraña atracción. Son ventanas inversas. Quiere decir que en lugar de servirte como escondite, te proyectan, te muestran, te desnudan a la comunidad virtual. Son ventanas sin cortinas, sin persianas. Son ventanas que perduran abiertas, aún después que te has ido a dormir.
Yo no me resigno, a mi me gustan las ventanas de antes, abrirlas por las mañanas y ver el sol, cerrarlas por la noche y sentirme segura. Me gusta tener la sensación de controlar lo que miro y lo que dejo de mirar.
Me voy ahora, que está entrando un rayo de sol y lo quiero aprovechar.
Yo no me resigno, a mi me gustan las ventanas de antes, abrirlas por las mañanas y ver el sol, cerrarlas por la noche y sentirme segura. Me gusta tener la sensación de controlar lo que miro y lo que dejo de mirar.
Me voy ahora, que está entrando un rayo de sol y lo quiero aprovechar.
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