La Pasión

La miró detenidamente, como si nunca lo hubiera hecho antes. Ella estaba acostada a su lado, desnuda. La piel resplandecía a través de las gotas de sudor. El sol entraba avergonzado haciéndose hueco entre los postigos entornados de la casa, rozándole los labios rojos. Sublime, pensó él.
Le acarició el cabello, despacio. Sin prisa. Nadie los esperaba.
Le acomodó el mechón de pelo negro azabache sobre los hombros dorados.
Quería preguntarle tantas cosas.
- ¿Qué es la pasión?, se animó a decirle por fin, con un susurro al oído. Y mientras le preguntaba, se respondía a sí mismo.
- La pasión es ese dolor que te gusta, ese silencio que te calma, esa caricia que no basta, ese sol que se apaga. La pasión es verte, más allá de mis ojos. Es que no me entiendas y yo te convenza. La pasión es tocarte y que no me alcancen las manos. La pasión es tu piel. Y tu boca. La pasión son mis palabras. Mi furia. Mi ansia.
Recordó mientras tanto cuando se habían conocido. No había pasado tanto tiempo. Un año. Con sus 365 días. Fue en el otoño del 2015, era abril.  
Ella estaba en el supermercado. En la góndola de las latas de conservas. Él la vio elegir deliciosamente entre unos espárragos enlatados o un lomo de atún. No tenía prisa. Se la veía tranquila, aunque triste. Eligió sus latas y las puso en el carro. Apenas había ahí dos botellas de vino tinto. Crianza. Ese detalle le reconfortó. Tenía una cierta exquisitez en el gusto. Buena añada. Era observador. Detallista.
Cuando ella se acercaba a la caja, él la interceptó. Como distraído, casual. Apenas le rozó el brazo y se le erizó la piel. Ella salió de su ostracismo y le pidió disculpas por el encontronazo. Él le dijo que no tenía importancia. Que no se preocupara. Se presentó inmediatamente,  aprovechando sus mejillas sonrojadas.
-  “Mi nombre es Miguel, perdón por el empujón”, le dijo, amablemente.
- “No, la culpa fue mía, venía distraída, en mis cosas. Malena”, le dijo, mientras se acomodaba la melena negra detrás de los hombros.
Coincidieron con una sonrisa. Coincidieron con una mirada. Después vino un comentario vacío acerca de las latas y el vino. Ella parecía avasallada. Pero seguía ahí. Dándole una oportunidad a su torpeza.
Recuerda que intercambiaron los números de teléfono en un acto lleno de timidez. Era abril, afuera caían las hojas amarillas. El sol entibiaba el aire.
Y se llamaron. Él la llamó primero. La invitó a un café. Ella no opuso resistencia. Se encontraron después de una semana y a partir de ahí, las citas fueron cada vez más frecuentes. Cada vez más íntimas. Hasta que fue imposible prolongarlo más. Él hubiese querido detenerse. Pero sabía que no había vuelta atrás.
Se besaron una tarde de frío, al resguardo de un zaguán. Le tocó los labios y supo que no había retorno. Podía deletrear la palabra amor, pasión, sexo a través de sus besos. 
Ella acariciaba su cabello, le tocaba los brazos, le entregaba su aliento. Sabía besar. Él se dio cuenta al instante. No era su primera pareja. Malena había sabido amar antes.
La primer noche de irremediable sexo ella se presentó a la cita como sabiéndolo. Un vestido negro sugerente, le descubrió un cuerpo fogoso. La pasión era ella en ese instante. Atrás quedaban las mejillas avergonzadas. Era una mujer ardiente, llena de ganas. El recuerdo tan vívido lo excitó.
Él se sintió extraño. Tanto había deseado ese momento. Tanto había querido amarla, penetrarla, poseerla. Pero tuvo esa extraña sensación de ser uno más en su vida. Le supo a poco, aunque durmió extasiado esa noche y las siguientes.
Y a partir de ese momento, se enredaban entre las sábanas, por las mañanas, por las noches. Ella gozaba silenciosa. Ardiente. Indulgente. Él se esmeraba, macho, viril, sediento.
Mantenían una vida con pocos puntos en común. Ella era una profesional de la industria inmobiliaria. Una mujer moderna, con dinero, segura. Y llena de deseo. Tenía 38 años.
Él era un tardío estudiante de filosofía. Tenía 50 años. Lleno de dudas, de reflexiones, de deseos contenidos.
La quería, de esa manera que él sabía le iba a doler. De esa manera que todo sabe a poco. Donde siempre falta un beso. De esa manera que no podía explicarse. Que causaba ansiedad. Dolor. Placer extremo.
Ella se sentía a gusto con él. Era su alternativa a las latas y al vino tinto en solitario. Compartían momentos. No tenía más para darle.
Y así pasaron 365 días. Entre besos, caricias, ansiedades y silencios.
Tiempo suficiente para tomar una decisión, pensó Miguel. Y entonces planificó la noche perfecta.
La invitó a su piso. Un dos ambientes en Almagro. Nada de lujo, pero muy cuidado. Postigos de madera barnizada protegían las ventanas de vidrio repartido. Un PH con un pequeño patio lleno de cactus que él mismo cuidaba. Malena no lo conocía era la primera vez que iba. Él siempre se empeñaba en ir a su casa en Palermo. “Más a mano de todo”, siempre decía.
Ella compró una botella de vino tinto. Reserva. Era una ocasión especial. Lo sabía. Él perfumó la casa y preparó la mesa. 
Cenaron sushi, a pedido de ella. No podía negarle nada cuando la veía. Tenía esa noche unos ojos brillantes, llenos de luz. Una boca roja, húmeda. Un vestido turquesa, suave, perfecto.
Después de la cena hicieron el amor. La besó sin piedad. Hasta quedarse exhausto. Le acarició los pechos ardientes. Le besó el ombligo y la hizo gemir.
Cuando yacían cansados, ardientes, mojados, cuerpo con cuerpo, él se incorporó y le pidió su vida. 
Le dijo que no podía vivir sin ella. Le susurró “Malena”, sin parar, a su oído, mientras sus manos la tocaban, otra vez. Ella gemía. Sus ojos negros lo miraban, descubriéndolo por primera vez. Llenos de lágrimas.
El le tocó la boca, le abrazó el cuello con sus manos seguras y entonces le declaró su amor eterno.
Apretó a Malena, hasta que fuera suya, para siempre. 
- “¿Qué es la pasión?”, volvió a susurrarle al oído mientras la besaba.
- “La pasión es saber que eres mía más allá del alba”.
Se levantó de la cama, se tomó el vino tibio que había sobrado y se duchó.
Tenía examen. Agarró sus libros de filosofía, acariciándoles las tapas.
Despidió a Malena con un tango que le recitó al oído y se fue.
Dejó la puerta abierta, ella estaría allí a su regreso. 

Segundo Premio Concurso Henderson - Agosto 2016

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