Negro y rosa
Hoy me invitaron a cenar, por fin, una de esas cenas que requieren preparación previa. No está indicado en la invitación, pero una sabe cuando tiene que dedicarle un tiempo especial a la imagen que proyecta.
Así qué empecé a organizar las cosas que una chica organiza en estos casos: ropa interior, zapatos, bolso, vestido, cabello, depilación, manos y pies, por hacer una lista resumida.
Rebusqué en mi cajón de la ropa interior y encontré unos conjuntitos que si bien no estaban a estrenar, lo parecían. Los saque del cajón y los puse sobre la cama. No como en las revistas, sobre una cama esponjosa, perfectamente tendida, con innumerables almohadones en una gama de tonalidades perfectas. Mi cama se parece mucho más a esas desordenadas, después de una noche de sexo desenfrenado, digo, se parece. Así qué extendí un poco la manta por arriba, y estiré las braguitas y el sujetador. Tenía de varios colores, rosa palo, negro noche y morado uva. Me los probé. Noté con cierta desilusión que las braguitas me apretaban un poco más que la última vez que me las había puesto y que el recuerdo de unas nalgas turgentes, cual manzanas rojas sonriendo al espejo, se había esfumado para mostrarme, en realidad, unas incipientes peras al vino tinto, nada despreciables. Me agarre los muslos y los subí dos o tres veces mirando con entusiasmo como parecía que todavía había una oportunidad para la fruta del pecado. Al soltarlos se dejaron caer apagando la ilusión. Decidí que el color de la ropa interior lo elegiría más adelante.
Después, abriendo el armario, saqué un grupo de vestidos, pantalones y camisetas que fui poniendo en el más exquisito de los desórdenes sobre la cama. Me recogí el cabello con un broche y comencé las pruebas. Pantalones descartados, poco elegantes y sensuales, vestido negro descartado, muy triste, vestido naranja, descartado, poca tela. Y así, uno a uno, me los fui probando todos, mientras disminuían mis posibilidades, aumentaba mi desconcierto. Qué había pasado con mi cuerpo ? Por qué nada calzaba como antes, sin mayores esfuerzos? Ahora hacia ejercicios de contención de la respiración y movimientos cual contorsionista para probármelos, tanto, que llegué a marearme. Y así como habían subido a la cama, se arremolinaron en el suelo. Rescaté el negro, siempre el negro, y lo estiré con las manos, como pidiéndole disculpas. Me pondría ese. Y el conjunto rosa palo de ropa interior. Seriedad e intención.
Una vez decidido el atuendo, tanto interior como exterior, y aunque siempre una pequeña sombra de duda me rondaba, pensé que tenía que prepararme para que si se diera la oportunidad, y si acaso, mi compañero entendía que era oportuno y yo, además, consideraba que los astros estaban alineados, pudiera potenciar otros sentidos además del de la vista. Este era el del tacto. Así que me fui directamente al baño y allí, sola, desnuda frente al espejo me miré. No una, ni dos veces, diez, tal vez, y cada una de ellas con ojos diferentes, de juez, de amiga, de amante, de novio, de amigo, de camarero, de madre. En fin, cada uno emitía un juicio, pero en todos imperaba el cariño, o el amor, o la amistad, o el deseo, o la lástima. Pero al final, siempre estaban mis ojos, esos ojos acusadores, que me recordaban que el tiempo pasa para todos y también para mi. Pero, también es cierto que mis ojos me miran a través de mi corazón y este, vamos a decirlo así, me quiere. Así que me perdona los excesos y las faltas, y me indulta ante el juicio de valor. Será por eso, que mirándome en el espejo del baño, desnuda, me vi linda, linda y apetecible, y me gustó. Me gustó gustarme. Me hizo morderme los labios en un acto inconsciente. Y me reí. Luego empecé a depilarme. Cual cirujana, fui revisando cada parte de mi cuerpo, desde la más visible a las más íntimas, cada una de ellas debía ser como terciopelo al tacto. Casi lo consigo.
Me unté de crema corporal con aroma a jazmines y en ese momento, hasta me gusté. Me miré al espejo, aterciopelada y con aroma a jazmín y entendí que el mundo podía ser mío, salvo que yo desistiera al deseo.
Luego me puse una bata que encontré escondida debajo de las toallas y me fui a la habitación.
Acumulé una serie de accesorios sobre el vestido negro, anillos, bolso, zapatos, y una vez elegidos me tranquilicé. Hice repaso mental de las cosas esenciales que debían estar listas y todas estaban en su sitio. Me felicité.
Dejé que las horas pasarán, lentas como caracoles, hasta que fuera hora del baño, y el perfume y el vestido negro, y las bragas rosa palo.
Y una vez lista, esperé a que sonara el timbre sin sentarme en el sofá para no arrugar el vestido, yendo al baño cada diez minutos para asegurarme que todo seguía en su sitio, ensayando cara de casualidad, como si nada hubiera estado preparado. Como en las revistas.
Y pasó, tocaron el timbre, y entonces mi corazón se aceleró y casi me olvido de dejar la ventana abierta para que el gato pueda salir al patio antes de irme. Y casi me olvido de que no lo conozco, de que es la primera vez que voy a verlo.
Y entonces me agobié. Y si le gusto? Y si le gusta la piel de terciopelo y las bragas rosa palo? Cuantos vestidos negros tendré que comprarme? A mi, en verdad, me gustan los jeans y las remeras, y las zapatillas y los ojos sin pintura, eso si, siempre la piel de terciopelo.
Intenté relajarme y salí.
Cuando me saludó me di cuenta que respiró hondo mi perfume y luego me miró con unos ojos inconfundiblemente aprobadores. Y mis ojos le correspondieron, aprobadores de sus ojos y sus manos.
Nos fuimos a cenar, y entonces pensé que tal vez, sólo tal vez, podría comprarme otro vestidito negro.
Me encantó! Como me hubiera gustado haber sido parte de esa preparación!
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