Brazos de Sal

La tela en blanco la miraba silenciosa, esperando sus pinceles llenos de palabras y colores.
Parecía que la tarde, aletargada sobre la hierba, caminaba despacio hacia la cama de la luna.
Se abrazó a sí misma, con sus largos y tristes brazos de sal. Se estremeció, como si la brisa de la tarde le hubiera acariciado el cabello.
Eligió un pincel usado y lo empapó de color azul. Lo mezcló en silencio con un bote de palabras y pintó en el lienzo la palabra soledad. Sus brazos de sal se hicieron más largos y fríos.
Dejó el pincel y mojó la yema de su dedo índice en el color verde y ató a la soledad con hilos de seda perfectos. Dibujó un puente casi transparente pintado de blanco y naranja.
Se durmió la tarde a los brazos de la luna. Como casi todas las tardes. Y el lienzo silencioso se acurrucó a sus pies.
Quiso hacerlo, pero no supo cómo. Quiso llorar y que se derritieran sus brazos de sal.
Quiso decirle al puente que la dejara volver, pero la brisa jugaba con sus palabras, alejándolas.
Y se quedó allí anclada en la otra orilla, como siempre, queriendo volver.

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